El frío lo envolvía
como un pesado manto.
Ella quería escapar…
nadie escuchó su llanto.
Su corazón partido en dos,
se sentía atravesada
por una herida ardiente,
por una mirada helada.
Y llegó como ángel…
llegó para taparla.
Y ella se sintió feliz:
el frío se marchaba.
Sobre ella se posó
cual pájaro en la rama,
y al fin se durmió
sintiéndose arropado.
Y así ella despertó,
despertó aquella mañana
sintiendo que nunca más
estaría abandonada.
Y creo que no le dije
quién era su salvador:
una mancha roja a rayas
que le hizo un gran favor.
JUAN FRANCISCO ORTIZ DE ZÁRATE
Publicata Bibliothecae nº 135
Hace 2 semanas
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